El año que marcó nuestro camino: memoria viva de CEPPA en 1990

 

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El año que marcó nuestro camino: memoria viva de CEPPA en 1990

The year that marked our path: CEPPA's living memory in 1990

Nikole Céspedes Garita[1]

 

Resumen

La Fundación CEPPA vivió en 1990 un año decisivo de expansión y consolidación de su misión educativa. Su labor alcanzó instituciones urbanas y rurales, promoviendo valores, convivencia pacífica y desarrollo humano. Destacó el trabajo en el Liceo Murillo Alvarado, escuelas de Tilarán y centros como el Colegio Metodista. Ese año también marcó su incursión pionera en centros penitenciarios, llevando educación y esperanza a personas privadas de libertad. Con presencia en comunidades como Golfito y espacios como el Parque del Este, CEPPA fortaleció una red nacional comprometida con la cultura de paz y la transformación social.

Abstract

In 1990, the CEPPA Foundation experienced a decisive year of expansion and consolidation of its educational mission. Its work reached urban and rural institutions, promoting values, peaceful coexistence, and human development. Noteworthy was the work at the Murillo Alvarado High School, schools in Tilarán, and centers such as the Methodist School. That year also marked its pioneering foray into prisons, bringing education and hope to people deprived of their liberty. With a presence in communities such as Golfito and spaces such as the Parque del Este, CEPPA strengthened a national network committed to a culture of peace and social transformation.

 

El año que marcó nuestro camino: memoria viva de CEPPA en 1990

 

El año 1990 representa un punto de inflexión en la historia de la Fundación CEPPA Costa Rica. Fue un periodo en el que la organización no solo expandió su presencia territorial, sino que reafirmó su propósito esencial: transformar la sociedad mediante una educación profundamente humana, orientada a los valores y al fortalecimiento de la convivencia pacífica. Desde sus inicios, la Fundación asumió el desafío de llegar a los espacios más diversos del país (escuelas urbanas y rurales, centros comunitarios e incluso penitenciarios) con la convicción de que la cultura de paz debe construirse desde todas las realidades posibles.

Durante este año, CEPPA profundizó su trabajo dentro del sistema educativo costarricense, fortaleciendo programas centrados en la formación en valores, la resolución pacífica de conflictos y el desarrollo humano. La intervención alcanzó una red amplia de instituciones que reflejaban la riqueza y diversidad del país, evidenciando la visión inclusiva y equitativa que guía a la Fundación.

Entre los centros educativos que marcaron este proceso destacan el Colegio Metodista y la Escuela José María Calderón. Allí se impulsaron metodologías vivenciales que buscaban despertar la conciencia ética del estudiantado. Los talleres se orientaron a promover habilidades sociales como la comunicación asertiva, la empatía y el trabajo colaborativo, generando ambientes escolares más armónicos y respetuosos.

El Liceo Murillo Alvarado y la Escuela Rosita Chaves se sumaron también a este esfuerzo, integrando espacios de reflexión sobre los valores y la ciudadanía responsable. En el caso del Liceo Murillo Alvarado, el trabajo de la Fundación contó con el compromiso de los facilitadores Celina García, Elizabeth Villalobos y Eduardo Garro, cuyo acompañamiento fue clave para que la comunidad educativa fortaleciera sus prácticas de diálogo, cooperación y convivencia. Su dedicación evidenció la importancia de contar con profesionales que, desde su vocación pedagógica, impulsen procesos de transformación social desde las aulas.

Una de las contribuciones más significativas del año 1990 fue la expansión del trabajo de CEPPA hacia zonas rurales, particularmente en Tilarán. Instituciones como la Escuela El Carmen, la Escuela Quebrada Grande y la Escuela Los Ángeles se convirtieron en escenarios donde la promoción de valores alcanzó no solo al estudiantado, sino también a sus familias y comunidades. En estos territorios, la Fundación promovió la unión, la solidaridad y una visión colectiva del bienestar, demostrando que la educación para la paz se nutre de la participación activa de toda la comunidad.

La Escuela Episcopal también formó parte de esta red educativa comprometida con la formación integral. Desde este espacio, los valores cristianos y los principios humanistas convergieron para fortalecer una educación que, desde la fe y el reconocimiento de la dignidad humana, promoviera la paz como práctica cotidiana.

Otro de los rasgos más valiosos del trabajo de CEPPA en 1990 fue su incursión en los centros penitenciarios del país, particularmente en La Reforma y el Buen Pastor. Esta iniciativa, pionera y profundamente humana, respondió a la convicción de que toda persona merece oportunidades reales de crecimiento, cambio y reinserción social. Los programas educativos y de reflexión desarrollados en estos centros ofrecieron a las personas privadas de libertad herramientas para reconstruir su vida desde la educación, la introspección y el perdón. La colaboración con la UNED CAI La Reforma reforzó esta apuesta, ampliando el acceso a oportunidades educativas en contextos de alta vulnerabilidad.

Ese mismo año, CEPPA fortaleció su presencia en Golfito, una región marcada por su diversidad cultural y su espíritu comunitario. Allí se promovieron proyectos que favorecieron la identidad, la cooperación y el respeto mutuo, demostrando que la cultura de paz se construye también desde los territorios periféricos. Asimismo, la Oficina CAP Alajuela se consolidó como un espacio clave para la formación y el acompañamiento institucional, contribuyendo a fortalecer una red de educadores comprometidos con la no violencia y la transformación social.

El Parque del Este, por su parte, se convirtió en un punto de encuentro significativo. Sus actividades recreativas y educativas reflejaron la visión holística de CEPPA: entender la educación no como un proceso limitado al aula, sino como un espacio integral de desarrollo humano, bienestar y convivencia con la naturaleza.

Mirar hacia atrás y recordar el año 1990 es reconocer un periodo de expansión, compromiso y consolidación de los principios que dieron origen a la Fundación CEPPA. Cada institución y cada comunidad que formó parte de este proceso aportaron su historia, su aprendizaje y su transformación. Aquellos esfuerzos demostraron que la educación para la paz es una práctica posible, cercana y profundamente humana.

La huella de CEPPA en 1990 permanece viva en la memoria colectiva de quienes participaron en sus programas. Fue un año que reafirmó el propósito de formar personas conscientes, empáticas y comprometidas con la justicia y la paz, fortaleciendo el tejido social costarricense. Ese trabajo sembró las bases para décadas de acción continua y consolidó a la Fundación como referente nacional en la promoción de una cultura de paz donde la educación es el puente hacia un futuro más humano, digno y solidario.



[1] Nikole Céspedes Garita, Estudiante de Bachillerato en Ciencias de la Educación Preescolar, Universidad Americana, San José, Costa Rica.

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